Estos dos días han sido alucinantes e inolvidables.
Como parte de Oniria he tenido la suerte de ver nacer y crecer este precioso proyecto desde sus inicios hasta estas dos últimas representaciones en Almendralejo. Pero lo que quiero compartir con todos no es mi visión como profesor sino contar todo lo que he podido observar, sentir y disfrutar desde mi silla como un miembro más de la orquesta, a la que me he unido acompañando con el bajo eléctrico a mis alumnos de guitarra eléctrica y a toda una plantilla excelente de músicos, estudiantes de Enseñanzas Profesionales del Conservatorio de Almendralejo.
Desde mi ubicación en el lateral izquierdo de la orquesta, tal y como estaba dispuesta en el Teatro Carolina, he disfrutado de un punto de vista privilegiado de las representaciones de Oniria el 28 y 29 de noviembre en Almendralejo. Ha sido alucinante mirar a mi derecha y ver cómo las caras del público cambiaban según avanzaba la representación. Primero eran de sorpresa al entrar en la sala con una niebla que invadía todo y reflejos luminosos verde azulados en las paredes con una embriagadora banda sonora a modo de bienvenida. Una vez que el espectáculo daba comienzo, sus caras reflejaban un punto de escepticismo al iluminarse los pasillos del teatro, con el inicio del primer ballet que transcurría en el patio de butacas. Pero al apagar las luces el coro iniciaba un canto que empujaba el telón hacia arriba revelando la primera escena del viaje de Nina. Y como por arte de magia comenzaban a entender lo que realmente les esperaba.
Primero sorpresa en sus caras cuando, ya en el escenario, continuaba el espectacular ballet, luego emoción en «Quiero Recordar» y ya en «Tengo una Misión» totalmente entregados vitoreando y lanzando bravos espontáneos a nuestros protagonistas. Durante el resto del espectáculo bocas literalmente abiertas, manos entrelazadas, risas infantiles y lágrimas en los ojos número tras número. Y ese final que arrancaba, como siempre ocurre, de forma espontánea y a un minuto de que acabe la pieza, el reconocimiento de todo el público en forma de avalancha de aplausos que eriza y conmueve hasta al más duro de carácter. Todo el teatro lleno de emocionados niños y niñas de 5 a 90 años es algo difícil de olvidar.
A mi izquierda cantantes y bailarines se comían un escenario bañado por un desfile de luces, sombras, imágenes y efectos, mientras que conseguían que la música, el baile y la magia del guión fluyeran de una forma tan natural como si Oniria hubiera nacido de su propio interior. Niños a los que en los pasillos del conservatorio, o incluso cuando los peinaban o maquillaban antes de cada función, no les salía la voz del cuerpo, ahora interpretaban, cantaban y bailaban para 700 personas ganándose al público desde el primer momento, con una química que se respiraba desde la primera escena.
Y esa obra de arte de maquillaje y peluquería que cada vez subía un escalón más y que transformaba fácilmente a los niños en personajes de las más diversas tierras.
Y entre bambalinas se veía la intensa y silenciosa actividad de ese profesorado, padres y madres que engranaban y preparaban cada escena con tanta pasión y entrega mientras que los personajes esperaban su turno, recordando las indicaciones de mantener silencio y no acercarse mucho al escenario para que no se les viera antes del momento de salir, con una mezcla de emoción y nervios.
Al frente estaba la Orquesta y el Coro de Oniria, una orquesta y coro que rabiosos, emotivos y dulces se crecían tema tras tema animando y vitoreando en voz baja a sus propios compañeros, desde dentro, durante el transcurso de la propia función y resistiendo el deseo de girar la cabeza para ver qué estaba ocurriendo detrás en el escenario. En cada atril, partituras magistrales plagadas de indicaciones que ensayo tras ensayo han ido completando todo eso que en un papel no se puede plasmar. Y el director que, disfrutando como un espectador mas, seguía el extenso guión que tenía en sus manos, un tesoro del que ha nacido este mundo de fantasía tan especial. Un director que antes de cada entrada nos transmitía con una sonrisa esa energía que deseaba sacar de sus músicos.
Inolvidable esos abrazos de ánimo con mis compañeros, mucho más que compañeros del viaje onírico, deseándonos suerte antes de cada representación, como preludio de todo lo que estaba a punto de emerger. Y el brindis oficial, un «suerte para todos» previo a ocupar cada uno la pieza del puzzle que se le había encomendado.
Emocionantes las felicitaciones que fundidos en abrazos con los ojos húmedos nos hemos regalado al terminar cada función, buscándonos unos a otros entre los «enhorabuena» del público, a través de atiborrados vestuarios y pasillos.
Y esa preciosidad llena de nostalgia y elegancia de «Tus huellas» que ha despertado un halo de energía que ha inundado la sala, a buen seguro, de nuestra Limbi bella, que he sentido de nuevo tan cerca. Tan cerca que incluso me ha parecido que, quizás contagiado por la magia onírica, la realidad se hubiera difuminado por un instante y entre los oscuros recovecos del escenario he creído adivinar su silueta.
Y al finalizar todo, cuando los espectadores han tomado al asalto a personajes y músicos para expresar sus sinceras felicitaciones. cuando los niños se han hecho fotos y firmado su CD con la soltura de los más veteranos artistas de Broadway y el desparpajo de la gente de «Almond-Far». Cuando me he marchado del teatro, abandonando este mundo onírico, camino de nuevo al mundo real he escuchado a diferentes grupos de familias que enseñaban fotos y vídeos de Oniria tomadas con sus teléfonos móviles, contando a sus amigos que no vinieron al teatro que acababan de salir de un espectáculo que el Conservatorio de Almedralejo había ofrecido. «Un musical llamado Oniria, creo que se llamaba. Pero ¡escúchalo, escúchalo!, acércatelo al oído…». Y mientras observaba todo esto pensaba: «¡guau!, todo esto lo hemos creado nosotros».
Y es que desde mi privilegiada posición en la sala he podido sentir la verdadera magia de Oniria: una energía que nace de un trabajo realizado con pasión, mimo, cariño y profesionalidad desde cada uno de los corazones que hemos formado parte de este proyecto, entrelazando nuestras vidas por unos momentos y forjando algo muy especial. Y esa energía es un torrente que no deja indiferente a nadie, que contagia al público y que vuelve como un boomerang a los actores, bailarines y músicos, retroalimentandose una y otra vez hasta llegar al punto culminante del final coral, en el que es imposible evitar las lagrimas de emoción. Una experiencia que trasciende más allá de lo puramente académico, grabándose a fuego como una experiencia vital de valor incalculable. Al menos así lo he sentido yo.
Arte puro. Belleza pura. Magia «Limbiana».
Todo esto que he descrito hace que se olviden todas las horas de montaje, ensayos, planificación y nostalgias que dan un sentido pleno a «Oniria», trascendiendo más allá de un musical.
Gracias a todos por estos momentos alucinantes e inolvidables. Es una suerte haber vivido Oniria desde dentro y espero sinceramente que haya más representaciones lo antes posible. Oniria se ha acabado esta misma mañana pero ya la echo de menos…
Fernando Bermejo Herrero